La película narra la
historia de Bruce Nolan, reportero
de televisión que, por distintas cuestiones, termina enfrentándose con Dios y
reprochándole lo mal que lo está haciendo. Dios acepta el reto y le entrega a Bruce sus poderes. Sólo
hay dos limitaciones: no puede decir a nadie que tiene los poderes de Dios y
los poderes divinos no pueden modificar el libre albedrío de la persona.
Desde
esta perspectiva, podemos dividir la película en tres partes:
* I
PARTE: hasta el Caos/Vuelta al Edificio. Es,
prácticamente toda la película. Muestra un concepto utilitarista de Dios, un
“dios-amuleto”, cuyo poder puede resolver todos nuestros problemas.
* II
PARTE: hasta el autobús/Subida al Cielo. Es un paso en la buena
dirección, pero incompleto: a Dios no se le puede manipular, Él es quien
gobierna. Es un concepto de Dios-gobernador, regente.
* III
PARTE: Es apenas la última escena, pero permite explicar que
Dios es Amor.
Siendo
el concepto de Dios el tema fundamental de la película según esta mirada, a él
se anclan otras líneas muy interesantes, que son el problema del mal y la
existencia de Dios; y la búsqueda, casi persecución, que el hombre realiza en pos (con la intención) de la Gracia de Dios. No puede ser casualidad en una película llena de
referencias religiosas que la mujer a la que Bruce persigue se llame “Grace” (Jennifer
Aniston).
I PARTE
El
contenido argumental de la película está construido desde la concepción
utilitarista de Dios. Se piensa en un Dios todopoderoso a imagen del “homo
faber”: el hombre vale por lo que hace, por lo
que puede hacer. Por tanto, Dios vale sólo en función de lo que
puede hacer. Es un “dios-amuleto”, al que nos dirigimos sólo desde la petición
de auxilio, exigiendo su intervención milagrosa: ¡ayúdame a
solucionar problemas! Lo único que nos interesa de Dios
son “sus poderes”.
Bruce
es un personaje ególatra, que quiere ser el protagonista de todo, que hablen de
él, que se le conozca, que triunfe él. Concibe a Dios como el amuleto que puede
hacerle todo fácil, o solucionarle los problemas, y se
enfada cuando Dios no le arregla la vida (“Dios podría
solucionarme la vida en cinco minutos y prefiere hacerme sufrir”), creyéndole
un Dios caprichoso, que prefiere verle padecer. ¿No es así, acaso, como muchos
creyentes ven a Dios?
Bruce
ni siquiera reconoce sus propios dones. Varias personas a lo largo de la
película le hacen ver que tiene un don para la alegría: “Haces
reír, no es malo hacer reír a la gente” (se lo dice su
novia, su jefe, e incluso Dios); pero Bruce no acepta los dones que tiene, no
les saca jugo; quiere otra cosa, quiere poder, quiere fama… No
agradece lo que tiene, y se queja de todo. Grace, su
novia, intenta defender a Dios, como los amigos de Job, pero -como ellos- sólo
sabe recurrir a tópicos.
En
un punto dado, Bruce dirige una oración espontánea (“¡Envíame
una señal!”) porque se siente solo, perdido, su vida está
desmoronándose por momentos por su egoísmo y él ni siquiera se da cuenta de que
esa es la causa, echándole la culpa a Dios. Y, cómicamente, recibe señales: la
señal de tráfico, el camión con señales de tráfico (por si una no bastaba), el
mensaje en su busca, (ahí se nota que la película es anterior a la generalización
de los móviles), el mensaje de publicidad grabado en un contestador automático
describiendo su vida (“¿se llama Bruce?”). ¡Tantas
veces recibimos señales de Dios que no vemos porque
no nos dicen lo que queremos oír! Y cuando nos parece que está
confirmándose lo que queremos ¡qué rápidos somos para asegurar que es una señal
de Dios!
Cuando recibe los
poderes, se dedica a hacerse la vida más fácil a sí mismo. Se trata a sí mismo
como querría que Dios le tratase. Pero su egoísmo
hace que todo se centre en él (por ejemplo, en la última
discusión con Grace “¡se trata siempre de ti!”; cenando con Grace: “¡siempre
hablamos de ti!”). Bruce no comprende (o le da igual) las consecuencias de sus
actos (atrae la luna, y genera terremotos) y se dedica
a satisfacer todos sus deseos. Evidentemente, la felicidad
no consiste en eso, y Bruce va a ir perdiendo lo que más le importa: a Grace.
La
película incluye algunos chistes que son referencias a tópicos religiosos. No
se muestra ninguna referencia a Cristo, ni a la dimensión institucional de la
religión. Se insinúa la Edad Media como una época de “ausencia de Dios”, siguiendo
el tópico manido e ignorante de la “oscura edad Media”. Grace y
Bruce viven juntos sin estar casados, y eso se acepta
sin ninguna discusión, como algo propio, corriente y aceptable. Desde el dormitorio, Bruce, produce con “sus poderes” una
sucesión de escenas cómicas de índole intimo de pareja. Por supuesto, no
se ve nada. Y parece que eso salva la
“pureza” de la película… Pero es una escena innecesaria
que sólo se incluye para indicar el uso egoísta de los poderes de Bruce.
Cuando
Bruce cree haber conseguido lo que quería (el trabajo de presentador), comienza
a escuchar las voces de las oraciones que
no ha estado escuchando. En efecto, Dios habla con él y le hace ver: “¿A quién
has ayudado?”.
Hay
un cierto cambio en Bruce: se abre a los demás; pero Dios
sigue siendo ese amuleto que soluciona los problemas de
los demás y los suyos propios. Tiene que afrontar ahora las peticiones de ayuda
que le hacen los demás, pero son demasiadas (“¡Qué panda de quejicas! ¡Me puede
llevar toda la vida!”). Así que hace lo que cree que Dios debería hacer: responder
afirmativamente a todas las oraciones, sin pensar las
consecuencias. (“¡Sí! Así todo el mundo será feliz”)
Los
“poderes” le hacen perder definitivamente a Grace, porque lo que consigue
(dinero, mujeres) le aleja de ella.
Bruce: “¿Cómo puedo
hacer que me quiera sin interferir en su voluntad?”
Dios: “Bienvenido a mi mundo, si hayas la respuesta,
¡avísame!”
Progresivamente
va viendo que su egoísmo está sembrando el caos, y le ha hecho perder a Grace.
(De hecho, es claro que ha perdido «la gracia»…). Pero sigue queriendo ganarse
a la mujer con “sus poderes”: lo que vale
de Dios siguen siendo “sus poderes”. Quiere recuperar el
amor de Grace, incluso intenta abrir su corazón. Pero sigue buscándose a sí
mismo: no quiere la felicidad de Grace, sino su propia felicidad, para la cual
Grace es sólo un simple medio. Incluso intenta forzar el libre albedrío de
Grace. Pero eso es imposible.
Y
el mundo se va sumergiendo en un caos, porque las oraciones siguen siendo
respondidas con un “sí”, sin mirar las consecuencias: todo
el mundo gana la lotería, su equipo vence en el campeonato, la luz eléctrica se
va… la gente está desquiciada. La ciudad es un caos y él grita ayuda a Dios.
PARTE II: vuelve a la “Casa
del Padre”
“Bruce
Todopoderoso” vuelve al edificio porque no sabe qué hacer.
Y
comienza una preciosa escena penitencial. Bruce
se confiesa con Dios. La limpieza del edificio es una
preciosa y evidente alegoría para explicar el sacramento de la penitencia y la
misericordia de Dios: “Por mucho que se ensucie algo siempre puedes limpiarlo
de arriba abajo.”
Dios
da a Bruce una nueva clave para afrontar su vida: “Miran el cielo y no hacen
nada ¿Quieres un milagro? Sé tú el
milagro”. Es, ciertamente, una clave débil, individualista.
Pero tiene la luz de hacer resaltar la responsabilidad personal. El problema de
esta clave es: ¿dónde queda Dios?
A
partir de este momento, el film cambia la concepción de Dios. Ahora
se propone un Dios gobernador: Él sabe cómo funciona el
mundo, sigamos sus reglas a ver qué pasa, sigamos su consejo. Así, Bruce
renuncia a usar sus poderes, y comienza a ayudar ahora a quienes le rodean.
Rompe con su egoísmo, sale de sí mismo. Es un primer paso, que se verá
insuficiente. Es un legalismo que, por supuesto, no es la verdadera fe, porque
Dios no es sólo ni principalmente «ley» sino Amor.
Cuando
descubre que Grace, que se ha ido a vivir con su hermana, reza todas las noches
por él, se conmueve. La oración última de Grace le rompe el corazón: “No
quiero amarle, no quiero sufrir”. Ante el amor gratuito
que ve en ella, y que tanto dolor le está causando a ella misma, Bruce se
rompe… y se somete a ese Dios gobernador: “No tengo fuerzas, no quiero ser
Dios. Me someto a tu voluntad, prefiero que seas tú quien gobierne mi vida; tú
lo puedes hacer mejor…” Es la expresión clara de ese Dios que no es amor, sino
un legislador que sabe lo que debe hacerse. Es una visión
moral de Dios, un Dios gobernador.
Son
muchos los creyentes que también viven así su fe. Obedecen a un Dios que sabe
lo que debe hacerse. Hacen lo que Dios les dice, porque
saben que así es mejor. Para muchos no hay ninguna clave
amorosa en Dios: la religión es un mero cumplimiento moral.
PARTE III: El cielo
Son
apenas los últimos minutos de la película, y son, también, los más interesantes
de comentar.
Se
habla de la oración. La oración como una llamada del corazón. No es cuestión de
“oraciones grandes” (hambre, guerras…), de pedir lo que se supone que se debe
decir. “Pide lo que te importa de verdad”.
Eso es rezar.
Es
el minuto glorioso de la peli. Bruce se ha pasado la película entera
persiguiendo a Grace, buscando por todos los medios que ella le ame. Cuando
Dios le pregunta “¿qué te importa de verdad?”,
el corazón de Bruce responde sin dudar: Grace. Pero Bruce ya no busca que Grace
le ame. Hasta el mismo Bruce parece extrañado. Él ya no es el mismo, no está
centrado en sí. Lo que quiere es que Grace sea feliz, incluso
aunque eso signifique renunciar a ella. Le importa más Grace que él mismo.
Y
así llega a la frase de oro de la película: “Que sea feliz, no importa cómo,
que encuentre alguien que la vea siempre como la veo
yo ahora, a través de tus ojos”. Dios es Amor. Amar
es mirar al otro como Dios le mira.
Ese
es el Dios a quien seguimos los cristianos. No es un Dios-amuleto, ni un Dios
individualista, ni un Dios gobernador. Es el
Dios-Amor que lo dio todo, incluso a sí mismo, por amor a
los hombres. Y eso es amar: mirar al otro “a través de los ojos de Dios”.
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